domingo, 14 de septiembre de 2014

Desarmando al patriarcal y enfermo Complejo de Edipo


Tomado de la Presentación del libro Asalto al Hades de Casilda Rodrigañez Bustos.
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Edipo es un personaje de una obra de Sófocles (siglo V a.c.), aunque en realidad era el protagonista de una fábula que se transmitía por vía oral y que fue recogida con distintos matices interpretativos por diversos autores. Es un personaje, que al igual que el de Arturo y otros, encarna la auténtica tragedia, la vuelta de tuerca que supone la conversión de la criatura humana en individuo de la sociedad patriarcal.

Edipo fue estigmatizado antes de nacer; la mujer que le gestó y que le parió no deseó su vida sino su muerte, promocionando el paradigma de mujer patriarcal que, dentro de la institución del matrimonio, debe sacrificarlo todo, incluíd@s l@s propi@s hij@s, por el padre. El deseo de vida, de generar la vida y de proteger a las generaciones, propio de la maternidad, cede ante la ley, según la cual, la vida debe mutilarse para someterse a la empresa del Poder y a aquellos que lo encarnan.

La razón que empujó a Yocasta a entregar a su hijo para que fuese muerto, fué la salvación del padre, Laio: un oráculo había vaticinado que Edipo cuando fuera adulto mataría a Laio y se acostaría con Yocasta. Luego volveremos sobre este oráculo, inventado como coartada de Yocasta. Lo cierto es que una mujer envía a su hijo a la muer te porque quiere salvar a su marido (¿para salvarse a sí misma?), y su lealtad a él es la ley suprema; una ley que dicta que la mujer no es mujer por sí misma, sino en función del hombre. Pues la mujer debe anular su sexualidad, su deseo materno hasta donde haga falta, si es preciso hasta matar a la criatura que ha gestado y parido, para entregar su cuerpo en exclusiva al marido.

Sin embargo el mito no debe quedar ahí, porque nos haría sospechar de una ley que condena a víctimas inocentes, y sería incompatible con una imagen del matrimonio como institución benefactora.

Por eso, hay que presentar las cosas al revés de como son; hay que culpabilizar a la víctima: para lo cual se inventan el tánatos innato, el pecado original, o los deseos lascivos de los bebés de realizar el coito con la madre. Y correlativamente, hacer desaparecer el deseo materno (ocultándolo o malignizándolo: la necesidad de los 7 ó 40 días de purificación de la madre o la necesidad de la asepsia y de los cuidados hospitalarios que establece la Medicina para romper la simbiosis madre-criatura).

Veamos como se llega a culpabilizar a Edipo: Edipo es salvado porque el criado al que se le había ordenado darle muerte se compadece de él y en lugar de matarlo, lo abandona; luego un pastor le encuentra, también se compadece de él (la compasión es enemiga de la ley), y lo entrega a sus amos, los reyes de Corinto, que deciden adoptarlo. Edipo crece feliz, sin saber la verdad de su origen ni de sus circunstancias. Pero un buen día, siendo ya un hombre joven, oye un comentario sobre sus padres que le intranquiliza; entonces decide peregrinar a Delfos para hablar con el oráculo y averiguar la verdad. El oráculo le repite lo mismo que a Yocasta: que está destinado a matar a su padre y a acostarse con su madre. Horrorizado, y creyendo todavía que sus padres adoptivos son sus verdaderos padres, decide no regresar a casa; prefiere abandonar su confortable situación en Corinto antes de que se cumpla el oráculo (otra prueba de la bondad de sus intenciones). En un camino, un hombre le provoca y le agrede; él replica y le mata: era Laio. En su peregrinar sin destino, llega a Tebas, su pueblo natal, que según la leyenda se encontraba bajo el maleficio de una esfinge. La mano de la reina viuda Yocasta sería la recompensa de aquel que liberase al pueblo del maleficio. Edipo lo consigue, no por conseguir la recompensa, ni porque se hubiera enamorado de Yocasta, sino porque le conmueve la desgracia del pueblo. Y así es como se casa con su madre, sin tener la más mínima sospecha de que lo era.

Veamos todo esto más despacio. Estamos acostumbrad@s a pasar deprisa por la historia de Edipo, y es la historia más sutil que jamás haya sido escrita (aunque quizá menos sutil que cualquier historia verdadera).

Reparemos en que Edipo mata a Laio sin saber que era su padre y replicando a su provocación. Que se casa con Yocasta, sin seducirla ni desearla y sin saber que es su madre. ¿Por qué, si se quería hacer a Edipo culpable, se le presenta lleno de buenos sentimientos y compasivo, trasgrediendo la ley en el desarrollo de su bondad, en total ignorancia, y digamos que por una fatídica casualidad? ¿Por que no se construye un personaje que al averiguar la verdad de que sus padres le enviaron a que fuera muerto, se venga matando a su padre y seduciendo a su madre?
 

Se podrían escribir miles de páginas especulando sobre las respuestas a estas preguntas. Pero en definitiva, lo que esta historia nos dice, es que aunque se nazca y se crezca con las mejores intenciones de amor a los demás y de compasión por los semejantes, hay algo interior e innato que nos impulsa a cometer delitos contra los seres más queridos y al mismo tiempo, más sacralizados, contra la Autoridad más suprema: los padres.

Así se estigmatizan los deseos de las criaturas a las que se les atribuye un ‘complejo de Edipo’ innato e inherente a su condición; así que, ¡ojo con lo que quieren l@s niñ@s! pues sus inclinaciones, ya sabemos, son de naturaleza perversa.

Y por eso l@s niñ@s tienen que dormir sólos, en sus cunas y en sus cuartos. Este es el primer mandamiento de la Ley del tabú del sexo y del Complejo de Edipo.

Sobre este tema Karmela Valverde está haciendo un estudio muy interesante, porque aquello de que, ante todo l@s niñ@s no tienen que dormir con sus padres, tiene mucha más miga de lo que parece.

Tras esa norma se esconde no sólo la destrucción de la sexualidad de la mujer adulta, sino también de la sexualidad primaria e infantil, una mutilación básica de la condición humana que se realiza con la coartada de impedir el desarrollo del Complejo de Edipo; es decir, de impedir que la criatura desarrolle su instinto incestuoso de tener relaciones sexuales con sus padres, entendiendo dichas relaciones tal como hoy las entendemos: falocéntricas, coitales, etc.

En realidad lo que se quiere impedir que se desarrolle es la sexualidad básica y común humana; impedir que se desarrollen espontáneamente el gusto, el tacto, el olfato, la confianza y la sensibilidad de los seres humanos, las cualidades filogenéticamente fijadas para relacionarse entre sí.

La antropología más seria nos había dicho ya que el tabú del sexo estaba en el orígen de nuestra civilización; pero su significado concreto, el qué y el cómo, eran una nebulosa indefinida.

Para imaginarlo basta pensar en lo que se deja de hacer por culpa del tabú del sexo; es decir, el freno a los instintos que se les echa a l@s niñ@s para que no chupen, no toquen, no huelan, no se confundan en los cuerpos de sus semejantes; ¡y la manera tan tajante y absoluta con la que se paran esos instintos!

Estos instintos, estos deseos hacia sus semejantes están a flor de piel en las criaturas, que todavía no han interiorizado del todo el tabú del sexo ni tienen las corazas blindadas adultas. Y si dejamos a nuestr@s hij@s que duerman con nosotr@s y que jueguen con nuestros cuerpos y con los de sus herman@s, veremos que estos instintos y deseos no se dirigen al coito, sino simplemente hacia esas relaciones humanas armónicas que deberían existir, a las relaciones básicas que corresponderían a nuestro género humano.

Nuestro pensamiento, desde el siglo XVIII, tiene un aspecto que le diferencia del pensamiento de los clásicos antiguos. Por ejemplo, hoy no se puede justificar que, en nombre de Cristo, los cruzados matasen y se comiesen a los habitantes de las aldeas que encontraban en su ruta desde Europa occidental hasta Jerusalén. En cambio, la práctica del canibalismo para alimentar a los ejércitos de las Cruzadas fue mencionada en las historias clásicas de las Cruzadas escritas, no sólo del lado musulmán sino también del lado cristiano, antes del siglo XVIII(1); lo mismo que en La Historia de las Indias, Bartolomé de las Casas dice lo que luego se oculta, o sea que Colón y los suyos en 60 años de dominación, asesinaron a los indígenas de la actual Cuba y de las otras islas caribeñas, hasta su extinción total. Hoy tenemos que hacer funcionar el sistema sin darnos cuenta de lo que hacemos, creyendo que el Matrimonio o la Pareja son el paradigma de la plena sexualidad y del bientestar que buscamos, que el Capital es lo que nos da de comer, y el Terrorismo de Estado la democracia más pacífica y justa.

Yo creo que Sófocles tenía que hacer a Edipo bueno y culpable al mismo tiempo; esa era –y es– la tragedia; pero la tragedia no es una fatalidad del destino, sino una acción del Poder concreto que convierte a la criatura humana en individuo de la sociedad patriarcal. La tragedia que sufre cada criatura es que el Poder le quita a la madre, y su vida, en lugar de ser una expansión del placer y del bienestar, se convierte en sufrimiento, ansiedad y angustia; y además, encima, le echan la culpa.

Esa contradicción de ser bueno y ser culpable, es decir, de ser culpable por ser bueno, caracteriza el proceso de inserción de la criatura humana en las instituciones sociales que ya han invertido lo que es bueno y lo que es malo; por ejemplo, un niñ@ que defiende su vitalidad protestando y cogiendo berrinches es malo, y un niñ@ que acepta sin quejarse las normas pediátricas de comer y dormir cuando le toca, de estar sol@ en la cuna, etc. etc., es bueno. La criatura vive una tragedia, un sufrimiento, y encima, ella es la mala, la culpable. Como dice Alice Miller, la sociedad patriarcal hace de cada criatura humana una víctima culpabilizada.


Entonces la autoridad paterna –que representa la Ley– tiene como cometido que la criatura que sólo anhela hacer el bien, amar y ser amada, se convenza de que es perversa y culpable por desear aquello que las normas no permiten. Nacemos estigmatizad@s, en pecado, con un tánatos adjudicado y los deseos calificados de lascivos e incestuosos; la culpa está adscrita por Ley a la criatura humana para encubrir y justificar la obra devastadora del Poder. Hoy lo mismo que ayer, sólo varían las coartadas.
Hasta que leí L’enfant sous terreur de Alice Miller, no había caído en la cuenta de que Edipo mata a Laio sin saber que era su padre y se acuesta con Yocasta sin saber que era su madre.Y si es posible que en este siglo nos pase desapercibido algo tan importante como que el famoso Edipo es una víctima culpabilizada y sacrificada por y para establecer las relaciones de Poder, es porque nos la presentan y comentan (todo el mundo conoce la historia de Edipo sin haberla leído directamente de Sófocles) de manera que nadie se fije en ese detalle que hoy sería discordante.
En el Edipo mitológico no hay pulsión incestuosa, eso está claro; pero sí hay el desgarramiento de la criatura abandonada por su madre; sí hay la madre que se desnaturaliza como madre para ser mujer del padre; sí hay que la mujer es esposa del hombre; sí hay la pareja adulta que se cierne como Poder omnímodo sobre la criatura humana.
Y como además, según la teoría freudiana, la pulsión incestuosa del Edipo innato es inconsciente, aunque no nos demos cuenta de nada, pueden convencernos de que somos así de perversos. Y si en alguna terapia o en algún sueño, recordamos algún deseo de los cuerpos de nuestros padres, ya está la prueba definitiva de nuestra naturaleza perversa e incestuosa; puesto que carecemos de referencias que nos hagan entender el sentido bondadoso de esos deseos, y por eso nadie, o casi nadie, llega a comprender que esa pulsión reprimida que el psicoanálisis y la sociedad en general califica de incestuosa, es la sexualidad básica humana, cien por cien benefactora y autorreguladora de los cuerpos y de las relaciones sociales. Y por supuesto que de esta trágica represión no son culpables l@s niñ@s sino la sociedad adulta.
Así es como Freud equipara, a pesar de todas las incongruencias, las peripecias del anhelo latente de la simbiosis y de la sexualidad prohibida en la infancia de sus pacientes, con las peripecias de la historia de Edipo. Podíamos pensar también: se podía haber omitido la primera parte de la historia, sin que Yocasta entregue a su hijo para que le maten; podría haberlo dado en adopción por una amenaza de guerra o de una catástrofe natural o algún imperativo que hiciese bondadoso el gesto de la madre. Pero ésta sería otra historia distinta; esta historia tiene que presentar a una mujer que es función del hombre, y que por ello se desanaturaliza como madre para subordinar y someter la vida de las criaturas al Padre. Es decir, una mujer ‘edipizada’ o con un ‘ego’ edípico.
Porque el Complejo de Edipo se encadena con el de Medea; Medea fué la que mató a sus hij@s, a modo de venganza, cuando Jasón la dejó para irse con otra más joven.

La mujer que ante la falta del padre-marido, da muerte, o desea la muerte de sus hij@s, es el caso extremo de la mujer que sólo concibe su existencia –y su maternidad– en función del hombre. Es la punta del iceberg de esa sublimación profundamente arraigada en la mujer patriarcal (psíquica y emocionalmente edipizada), que niega la existencia de la mujer por sí misma, y nos hace existir en función del hombre padre-marido.

Pensemos cómo tiene que estar emocionalmente una mujer para ser capaz de matar a sus propi@s hij@s, como ha sucedido, no en la mitología, sino en unos casos recientes que han trascendido a los medios de comunicación. Hasta qué punto emocional y psíquicamente una mujer puede existir sólo por y para su marido.
La estructuración edípica de la psique es, en parte, la misma en el ego masculino y en el ego femenino: implica la interiorización de la culpa, la negación de los deseos, el afán de poseer y la introyección de la Autoridad; pero también, y ahí está la gran diferenciación cultural de los géneros, la subordinación sexual, psíquica, emocional y social, de la mujer al hombre, de Yocasta a Laio, (que envía a dar muerte al hijo para salvar a Laio). Es decir, en la historia de Edipo también está el universo simbólico de la mujer que es función del hombre; los egos edípicos tienen las dos variantes que sustentan los géneros. Pero como al hablar del Complejo de Edipo se suele obviar el paradigma de mujer que implica, es oportuno hablar también del Complejo de Medea como una continuación del Edipo, que explica el estado de sublimación emocional de la mujer patriarcal, que desde niña aprende de su madre a contemplarse a sí misma através de la mirada del hombre (L. Melandri). Pero volvamos a la historia de Edipo, cuando al final de la tragedia éste se entera de que Laio era su padre y Yocasta su madre, y entonces se siente culpable, (ahora me convenzo de que soy perverso), y se autocastiga arrancándose los ojos, y se autocondena al exilio y a vivir mendigando. Aquí es donde Sófocles hace que Edipo dé el paso definitivo y se reconozca como criatura de la sociedad patriarcal. Si Sófocles hubiera querido hacer una obra de reivindicación de la matrística, hubiera terminado con un Edipo que, al enterarse de la verdad, se llena de ira y cólera contra Yocasta y Laio por haberle condenado a morir.

Según nos cuenta Sófocles, para confirmar su verdadera relación de parentesco con Yocasta y Laio, Edipo manda a buscar al pastor que le salvó la vida de pequeño, porque quiere saber la verdad a toda costa (otra prueba de su inocencia). Cuando le encuentra y se entera de que efectivamente Laio era su padre y Yocasta su madre, y de que habían ordenado su muerte cuando era un bebé, lo lógico hubiera sido que Edipo, en lugar de sentir culpa, explotase de rabia y de indignación; pues Edipo no puede dar por buena la decisión de sus padres de eliminarle, no puede sacralizar la Autoridad hasta el punto de sentirse culpable de su conducta inocente, y de pasar por alto la conducta criminal de la Autoridad que había dictado su muerte con premeditación y alevosía. No, Edipo no puede sentirse culpable de haber matado a un prepotente jactancioso, por mucho que luego resultara ser su padre, porque era un padre que, por lo menos y que se sepa, había ordenado matar a una criatura inocente, que era él, y además Edipo no sabía quién era aquel personaje que le provocó. Ni tampoco culpable de haberse casado con Yocasta, cuando él no sabía que era su madre; mejor dicho, cuando esa mujer había dejado de ser su madre al abandonarle, y había creado la distancia y la ignorancia; ni era tampoco culpable de esa distancia y de esa ignorancia, de no saber quién era la mujer que le había parido. Porque de la ignorancia y de la distancia, de la mentira y de la frialdad, también eran culpables sus padres, que le habían abandonado dejando ocultas las circunstancias de su nacimiento.

Pero Edipo debe ser culpable para salvar la Autoridad adulta, para sacralizar el paradigma del padre y de la madre patriarcal, y para ocultar la devastación que producen en las criaturas; y entonces dejar también sepultado en la oscuridad el orígen del malestar y del sufrimiento de las criaturas humanas, a lo largo de su conversión en individuos patriarcales.